En este blog hemos insistido muchas veces sobre la importancia de aprender a pensar de forma diferente, especialmente en lo referente al futuro.
Y no porque nosotros nos empeñemos en ello, sino porque el contexto que estamos viviendo desafía los patrones y sistemas conocidos, y nos exige una y otra vez una nueva mentalidad para navegar por toda la incertidumbre a la que nos enfrentamos.
La mayoría de nosotros hemos pensado alguna vez en el futuro. A nivel profesional o personal, con mayor o menor profundidad, y sintiéndonos más o menos cómodos al hacerlo. Pero la gran mayoría de seres humanos nos preguntamos acerca del futuro alguna vez. De hecho, pensar acerca del futuro es uno de nuestros mayores logros cognitivos. Planificar en base a necesidades futuras, y no sólo las actuales, nos ha permitido desarrollarnos y evolucionar como especie. Imaginarnos un futuro determinado nos motiva y nos empuja a actuar en el presente, sea por la ilusión que provoca en nosotros o por la necesidad de prevención que podamos detectar. Es cierto que algunos animales también tienen parcialmente la capacidad de pensar en el futuro: un perro se alegra cuando ve a su dueño coger la correa porque anticipa que va a salir a pasear en breve, incluso hay evidencia de que algunas especies de monos son capaces de guardar herramientas que planean usar en un futuro… pero la comunidad científica está bastante de acuerdo en que los seres humanos somos los únicos con capacidad de pensar en un futuro abstracto y a largo plazo.
Sin embargo, estudios recientes han demostrado que lo hacemos muy poco. Y que, de hecho, la frecuencia con la que pensamos en el futuro disminuye a medida que ese futuro se va estableciendo en un horizonte cada vez más lejano. Es decir: en nuestra sociedad actual, pensamos con relativa frecuencia en un futuro cercano, un poco menos en un futuro a medio plazo y casi nada en el futuro a largo plazo.
Aunque el estudio se centre en el nivel personal, es fácilmente extrapolable al mundo profesional, ya que ¿qué son las organizaciones sino un conjunto de personas unidas entre sí que trabajan bajo una serie de normas, en pos de un mismo proyecto? Efectivamente, la experiencia nos demuestra que las personas que no acostumbran a pensar en el futuro a nivel personal, tampoco lo harán en lo tocante a su empresa.
Y si vamos a buscar la foto global, es bastante realista decir que pocas organizaciones incorporan el pensamiento a largo plazo en sus planteamientos estratégicos de forma habitual.
Lógicamente, la forma y frecuencia con la que pensamos en el futuro varía en función de las culturas (puedes ver un análisis cultural interesante en este post del blog), pero podríamos decir sin mucho temor a equivocarnos que en la cultura empresarial occidental, pensar en el futuro a largo plazo no es una práctica muy frecuente.
Pero… ¿Por qué? Si pensar en el futuro es algo tan propio de los humanos, ¿por qué lo ponemos tan poco en práctica?
La realidad es que nuestro cerebro está programado para reducir la incertidumbre. Interpretamos lo desconocido como una amenaza para nuestra supervivencia, e incluso podríamos afirmar que el miedo a lo desconocido es “el miedo detrás de todos los miedos”. Los lugares desconocidos (literal y metafóricamente hablando) y los posibles puntos ciegos nos incomodan hasta niveles extremos. Este miedo tiene sentido desde una perspectiva evolutiva, pero llega a ser muy angustioso –y a veces paralizante– en nuestro mundo moderno.
Para protegernos de este miedo que nos provoca lo desconocido, hemos ido acomodándonos a una forma de pensar sobre el futuro que resulta tremendamente limitante en el contexto actual, y que se puede resumir en 3 puntos:
- Queremos predecir el futuro.
- Creemos que el futuro es uno sólo
- Pensamos que el futuro y el presente están desconectados
Vamos a ver cómo y por qué debemos cambiar estas 3 formas de pensar en el futuro:
CAMBIO 1: El futuro no se predice. Se construye
Dado que “No saber lo que va a pasar” nos genera una reacción psicobiológica peor que “saber con certeza que algo malo va a pasar” (puedes profundizar sobre esto aquí), las personas tratamos de minimizar la incertidumbre por todos los medios. Dicho de otra manera… nuestra tendencia cuando pensamos sobre el futuro es intentar predecirlo. Queremos saber lo que va a suceder. Es una reacción instintiva. Cualquier respuesta que nos cuente lo que sucederá, nos relaja y tranquiliza… aunque sea errónea.
En mis charlas utilizo a veces la metáfora de un carrete de hilo. Es muy habitual pensar en el futuro como si fuera el extremo final del hilo, oculto al fondo del carrete. Frecuentemente, pensamos que podemos llegar a conocerlo, si vamos “tirando del hilo” hasta llegar al final. Es decir, que si vamos “tirando” de las tendencias y siguiendo miguitas de pan, llegaremos a conocer lo que va a suceder, como si ya estuviera escrito.
La mala noticia es que aunque tendencias y señales nos puedan indicar patrones de cambio…el futuro no se puede predecir. No es como el final del carrete que está ahí, esperando a que lo descubramos. El futuro está por escribir, no está ya determinado. No existe (todavía).
La buena noticia es que el futuro está por construir, y que cada uno tenemos un rol activo en cómo ese futuro se irá definiendo. Claramente no podemos controlar todas las variables que influyen en cómo será el futuro. Pero eso no significa que estemos determinados a un futuro que sucede al margen de nuestras acciones. El futuro no sucede sin más…el futuro se construye. Y lo construimos todos y cada uno de nosotros.
El primer cambio de mentalidad que tenemos que hacer respecto a cómo pensar en el futuro, es dejar de intentar predecirlo o adivinarlo, aunque la tendencia natural nos empuje a ello. Tenemos que convencernos de que la mejor forma de minimizar la incertidumbre sobre el futuro, es tomando todas las acciones necesarias para construir el futuro que queremos.
De Predecir el futuro, a Construir el futuro.
CLAVE 2: El futuro no es singular. Es plural.
Nuestra tendencia natural es a pensar que el futuro es eso…EL futuro. Un único escenario desconocido para nosotros. Como si el presente fuese avanzar por una carretera que nos lleva inexorablemente a algún sitio del que aún no sabemos nada.
Esta forma de verlo es lo que, de forma bastante lógica, nos lleva a querer predecirlo a toda costa. Si estamos ya destinados a un futuro determinado, ¿qué mejor que intentar conocer lo que va a suceder en él?
Pero si pensamos que el futuro está por construir, que depende de mil factores que no han sucedido todavía y que entre ellos, nuestras decisiones y acciones tienen mucho que decir…entonces el futuro se convierte en un horizonte lleno de posibilidades.
Me gusta mucho esta visualización (no conozco la fuente original) para transmitir este concepto.

El futuro no es lineal. No es una línea recta con un único destino ya predeterminado. El futuro lo forman infinitas alternativas posibles…por eso no podemos hablar futuro, sino de futuros en plural.
En Strategic Foresight y diseño de futuros, cuando se trabaja con escenarios (seguramente el método más conocido, aunque ni mucho menos el único de explorar el futuro), lo que se hace precisamente es tratar de imaginar unas pocas de esas alternativas de futuro. Al hablar de un escenario concreto, no hacemos otra cosa que dibujar el imaginario de uno de los muchos futuros posibles, caracterizado por una serie de variables o características definidas con anterioridad. Intentamos responder a la pregunta de ¿cómo sería el futuro si se diesen las circunstancias X, Y, Z? Así, forzamos a nuestra mente a pensar más allá de ese futuro lineal, y abrimos la mirada a nuevas posibilidades que quizá no habíamos detectado antes. Oportunidades o riesgos que surgen y ante los que podemos tomar acción hoy mismo.
De un único futuro, a multitud de futuros posibles.
CLAVE 3: El futuro no empieza mañana. El futuro empieza hoy.
Precisamente porque nos genera incertidumbre y porque pensamos que el futuro sucede independientemente de nosotros, muchas veces nos podemos sentir tentados a “dejar el futuro para mañana”. Para cuando suceda. Adoptamos una actitud reactiva ante el futuro.
O incluso, en el peor de los casos, nuestra actitud es pasiva: “Para qué voy a dedicar tiempo, atención, energía…a algo que no se puede conocer y que va a suceder independientemente de lo que yo haga”.
La reactividad es útil a veces (cuando suceden cambios inesperados), la pasividad nunca. Pero lo más importante es que una parte importante del éxito que tengamos en llegar a ese escenario de futuro que deseamos, que nos gustaría vivir, depende de la proactividad que mostremos desde hoy mismo. Cada decisión que tomamos va dibujando ese camino sinuoso que nos acerca o nos aleja a diferentes alternativas de futuro, abriendo nuevas posibilidades y cerrando otras. Y sí… no hacer nada también es una decisión y también impacta en cómo nuestro futuro se desarrolle.
Si hoy mismo no nos paramos a imaginar qué alternativas de futuro se presentan ante nosotros y no esbozamos las diferentes opciones de “lo que podría suceder”… ¿cómo vamos a poder identificar aquella que nos inspire, ilusione y motive más?
Y si hoy mismo no identificamos ese futuro deseado… ¿cómo vamos a poder plantear diferentes acciones o decisiones que nos acerquen hasta él?
El futuro no es algo del mañana. Es algo que empieza hoy. Porque cada decisión que tomas hoy mismo, ya empieza a construir ese futuro que quizá ahora vemos lejano.
De dejar el futuro para mañana, a tomar acción hoy.
En definitiva, necesitamos cambiar nuestra manera de pensar sobre el futuro si queremos poder navegar con éxito la incertidumbre que nos rodea. Si no retamos nuestra tendencia natural, y seguimos pensando en el futuro como un lugar lejano, ya predeterminado, que necesitamos predecir…seguiremos zozobrando en el mar de incertidumbre que nos rodea.
Si quieres empezar a cambiar tu futuro y el de tu organización… empieza cambiando la manera en la que piensas en él:
- De intentar predecirlo, a actuar para construirlo
- De pensar que es algo en singular, a pensar en el futuro en plural
- De pensar que empieza mañana, a saber que empieza hoy.
