El mundo post-coronavirus

La disciplina de Strategic Foresight sirve, entre otras cosas, para poder imaginar futuros posibles y o bien prepararnos para responder mejor ante ellos, o bien fomentarlos de manera proactiva.

La situación que estamos viviendo supone un tremendo punto de inflexión a nivel social, y será el inicio de un gran número de cambios de valores y de comportamientos. Ante esta realidad, la prospectiva estratégica nos puede ayudar a identificar las señales de cambio y trazar un posible mapa de ese mundo post-coronavirus que nos espera, y que está en nuestra mano moldear de una u otra manera.

La prospectiva estratégica nos puede ayudar a identificar las señales de cambio y trazar un posible mapa de ese mundo post-coronavirus que nos espera.

Introducción

Estamos siendo espectadores, y actores involuntarios, de una de las mayores crisis que ha vivido la humanidad en los últimos años.

A muchos les recuerda a una sociedad en guerra –el estado de alarma, el miedo, la reclusión– aunque en este caso no luchamos entre nosotros sino contra un enemigo invisible y silencioso, mucho más pequeño pero tanto o más poderoso. A otros les recuerda a las últimas grandes tragedias colectivas a las que nos hemos enfrentado: el 11S o la crisis del 2008…

En aquellas ocasiones, nos enfrentamos a dos realidades que nos hicieron perder la inocencia y el optimismo desenfrenado.

Con el terrorismo islámico nos dimos cuenta de que las guerras no sólo se libran en campos de batalla y que el enemigo no siempre lleva un uniforme que nos permita reconocerlo. Nos dimos cuenta (de la peor manera) de que vivir en nuestro mundo desarrollado –con su importante lugar en el mundo, y sus oficinas y comercios y lugares de ocio y parques y flores– no significaba que estuviéramos a salvo de morir por un ataque a todo lo que eso significa.

Con la crisis del 2008 nos chocamos de bruces con el hecho de que nuestro sistema financiero, aquel que dábamos por sentado y que nos sostenía a todos, podía derrumbarse llevándose a su paso mucho más que millones de empleos: también arrasó con nuestra confianza, nuestros planes de vida, nuestros sueños.

Aunque la sociedad (la occidental, en este caso) se recuperó en ambos casos, estas dos crisis remodelaron la sociedad de forma permanente, dejándonos un legado en forma de nuevos valores y comportamientos que todavía hoy mantenemos: cambió nuestra forma de viajar (el nivel de vigilancia y seguridad que no sólo aceptamos sino que exigimos), cambió la manera en que planificamos a futuro, cambió el nivel de confianza que depositamos en las instituciones y la sensación de control sobre nuestras propias vidas. Crecieron la precariedad y la desigualdad.

Debido a la incertidumbre, dejamos de mirar a largo plazo para pensar sólo en el corto, re-formulando los planes de carrera, las relaciones personales, los proyectos a futuro. “Para toda la vida” empezó a ser un horizonte desconocido. Pasamos de vivir en un mundo de certezas, sólido; a vivir en un mundo líquido, cambiante, sin suelo firme1.

Pero también aprendimos a adaptarnos: surgieron redes de apoyo colectivo, nos emancipamos como individuos y nacieron cientos de miles de pequeños emprendedores que con su esfuerzo levantaron países enteros, y que primero por obligación –y luego por convicción– reinventaron la manera de trabajar. Aprendimos a colaborar, a reutilizar, a compartir. Nos volvimos más flexibles, más empáticos, más humanos.

En momentos de emergencia, la historia se acelera. Las crisis materializan los cambios en tiempo récord.

El mundo ha cambiado muchas veces, y está cambiando de nuevo. Pero en momentos de emergencia, la historia se acelera. Decisiones que normalmente llevarían consigo décadas de deliberación, se aprueban en cuestión de horas, porque los riesgos de no hacer nada son más grandes2. Las crisis materializan ideas en realidades en un tiempo récord.

Así, la crisis que estamos viviendo traerá consigo cambios de gran calado que irán mucho más allá de una remodelación de nuestro sistema sanitario. Esta pandemia cambiará nuestra economía, nuestra cultura, nuestros hábitos y nuestros valores. Cuando la emergencia sanitaria pase, cuando nuestras vidas estén a salvo, habrá cambiado la manera en la que trabajamos, nos ejercitamos, socializamos, compramos, gestionamos nuestra salud, educamos a nuestros hijos o cuidamos a nuestras familias[3].

Analizando las señales de cambio

Aunque nadie puede predecir de forma lineal cómo será ese nuevo futuro al que nos estamos encaminando, sí que podemos analizar las manifestaciones visibles que se van dando a medida que avanza la crisis y a medida que gobiernos y ciudadanos tomamos decisiones para gestionarla. Como veíamos en este artículo, todo aquello que dará forma al futuro, ya está aquí. Quizá de forma más evidente o menos evidente, pero existe y es posible detectarlo.

Todo lo que dará forma al futuro, ya está aquí. Son las señales de cambio y sí, ya están ocurriendo.

Son lo que llamamos “señales de cambio”. Y sí, ya están ocurriendo. Son todos esos hechos visibles que se están dando y que cualquiera de nosotros podría enumerar con relativa facilidad. Aplausos colectivos. Solidaridad vecinal. También denuncias vecinales. Etc.

Cuando tenemos detectadas muchas señales de cambio, podemos empezar a ver algunos patrones: señales que se pueden agrupar entre sí y que dibujan una nueva constelación, un posible cambio de valores. Porque cuando la realidad cambia, los valores sociales también terminan cambiando. Y cuando lo hacen, arrastran con ellos decenas de comportamientos humanos, pequeños gestos al principio, y verdaderos terremotos al final.

Algunos de estos nuevos valores serán contradictorios entre sí o chocarán con valores antiguos que no desaparecen del todo: es la maravillosa complejidad del ser humano. Nos encontraremos en una “nueva normalidad” que será, tal y como ha sucedido siempre, hermosamente paradójica.

Dimensiones culturales, terreno del cambio

En las siguientes líneas trataré de esbozar, desde mi punto de vista y de forma proyectiva, cuáles podrían ser algunos de esos grandes cambios que podríamos ver en España “cuando todo esto acabe”. Porque sí, terminará. La humanidad sobrevivirá. La mayoría de nosotros seguiremos vivos. Pero viviremos en un mundo diferente3.

Para estructurar mi análisis, utilizaré las dimensiones culturales de Gastón Martínez, un gran antropólogo y amigo con el que he trabajado estrechamente en varias ocasiones. Él propone tres grandes dimensiones en base a las que se puede definir a cualquier cultura, divididas a su vez en 7 sub-áreas:

  • Identidad: la actitud hacia nosotros mismos y hacia el entorno.
  • Orden social: incluye el grado de emocionalidad, la regulación social, la cohesión social y la distribución del poder.
  • El tiempo: la actitud hacia el cambio, y la experiencia del tiempo.

Las dimensiones culturales permiten definir cualquier cultura, compararlas entre ellas y los cambios que experimentan.

Identidad

Más vulnerabilidad. Más Universalidad. Más empatía.

Esta crisis nos está aportando nuevas sensibilidades, nuevas formas de vernos a nosotros mismos como individuos y también nuevas miradas a nuestra identidad como parte de un colectivo. Está cambiando la forma en la que nos sentimos como personas, y la forma en la que vemos a las personas.

El coronavirus es la primera crisis en siglos que afecta de forma global a todas las personas del planeta, sin hacer distinciones. Por primera vez, la humanidad entera se enfrenta a un enemigo común.

Se trata de la primera crisis en siglos que afecta de forma global a todas las personas del planeta. Todas-las-personas-del-planeta. No importa si son de un país desarrollado o en vías de desarrollo. Si son poderosas o anónimas. Si son blancas o negras. Si tienen un alto poder adquisitivo o pasan penurias para llegar a fin de mes. Si votan a rojos o a azules. Si creen en Dios o no. Todos nos vemos igualmente amenazados por el mismo virus. Como dice Mario Alonso Puig, presidente de IE Center for Health, Well-being & Happiness, “el coronavirus nos iguala a todos4. Por primera vez en siglos, la humanidad se enfrenta al mismo enemigo, al mismo tiempo y con los mismos (pocos) medios para frenar su expansión. Confinamiento en casa. Distancia social. Y esperar.

Por primera vez en años, nos sentimos indefensos y frágiles no sólo como individuos, sino como especie. La todopoderosa especie humana, en la cabeza de la cadena trófica, de repente se ve amenazada de muerte por un ser diminuto y silencioso. Hemos pasado de sentirnos indestructibles, a sentirnos vulnerables. Es una cura de humildad. Incluso de cierta humillación. Y nos la merecemos5.

A la vez, el mundo globalizado pasa a entenderse de forma no sólo geográfica, sino de espíritu. Por primera vez nos sentimos, de verdad, como una humanidad global. Las personas nos sentimos parte de un colectivo que hacía tiempo que ignorábamos: el de especie humana. Eso nos hace sentirnos más unidos que nunca: se rebajan las tensiones entre gobiernos, entre partidos, entre vecinos.

Por primera vez en mucho tiempo, nos sentimos vulnerables. Y eso nos une.

Ese sentimiento de “estar todos en el mismo barco” nos empuja a ayudar de forma altruista incluso a los que nunca nos habíamos parado a saludar en el portal. Nos empuja a interesarnos por historias de personas que hasta ahora, nos daban igual. Nos empuja a sentir empatía incluso por aquellos que hace dos semanas no tolerábamos.

Está cambiando la forma en la que nos entendemos a nosotros mismos y la forma en la que nos vemos unos a otros. Al mismo ritmo con el que el coronavirus ignoraba y superaba fronteras, también iban esfumándose esas brechas imaginarias que nos separaban de “los otros”. Ahora somos parte del mismo equipo. Ya no hay un “nosotros” vs. “los otros”. Los otros, ahora, están con nosotros.

¿Qué impacto puede tener esto a futuro?

Puede que esta nueva forma de mirar desaparezca en cuanto se levante la cuarentena. Puede que dure un par de meses más allá. O puede que deje una huella que perdure en el tiempo y nos transforme en una sociedad más empática, más humana (en el sentido amplio de la palabra, puesto que todos seremos más conscientes que nunca que todos somos humanos). El altruismo, la solidaridad, la ayuda mutua y desinteresada, puede que cobren mayor importancia en el ecosistema de valores sociales.

Orden social

Misma expresividad emocional, pero más selectiva.

En España y otras culturas latinas, la expresividad emocional va en nuestro ADN. No nos molesta ni perturba la expresión emocional de los demás ni la propia: gesticulamos, elevamos la voz, mostramos de forma más que evidente la euforia o el enfado. Nos abrazamos, besamos, tocamos de forma frecuente. La distancia personal en la que uno se siente seguro es mucho más corta que en otras culturas. No nos perturba la proximidad física ni emocional con las personas que nos rodean. Es más, la buscamos, la necesitamos para construir vínculos.

A pesar del confinamiento, la expresividad emocional ha seguido viva (quizá más viva que nunca), y hemos utilizado todos los medios a nuestro alcance para ponerla de manifiesto. Vídeos, canciones, memes, aplausos, mensajes, imágenes, bailes… han florecido como expresión espontánea y sentida de una emocionalidad común. Nuestra emocionalidad ha sido nuestra red en los momentos de shock, sorpresa y tristeza. Nos hemos sostenido unos a otros, fortaleciendo vínculos que ya existían y creando otros nuevos sin necesidad de tenernos cerca.

Sin embargo y a pesar de ello, el coronavirus ha supuesto una gran disrupción en una de las maneras más importantes en las que expresamos nuestra emocionalidad: el contacto físico. De repente, no sólo el contacto nos es vetado y se impone una distancia social obligatoria, sino que nosotros mismos hemos pasado a tenerle miedo a esa cercanía.

Por un lado, la epidemia nos iguala a todos (porque todos nos podemos contagiar) y eso genera más empatía que nunca. Por otro, el virus vive dentro de nosotros, y es ahí donde se hace fuerte y donde puede expandirse. Por lo que, en palabras de Tim Leberecht, el enemigo somos nosotros5. Somos nosotros porque todos somos transmisores potenciales de la enfermedad, y somos nosotros porque de nuestro comportamiento depende la contención de la epidemia.

El problema es que el enemigo entonces también son los demás. Con el coronavirus ha nacido una nueva desconfianza hacia cualquier persona. Hemos cambiado la mirada con la que nos aproximamos al otro, siendo ahora de recelo y sospecha. “Cada otro” es ahora una amenaza potencial5.

El enemigo somos nosotros mismos, y “cada otro” con quien nos cruzamos.

El cambio que eso supone en una cultura como la nuestra tiene un impacto radical. Los dos besos tan nuestros, ahora nos preocupan y escandalizan. El abrazo, el apretón de manos. El hablar de cerca, sentarse al lado, compartir espacio. Todos esos comportamientos han pasado de ser algo automatizado e inherente a nuestra emocionalidad, a ser algo prohibido y conscientemente evitado.

¿Qué impacto puede tener esto a futuro?

El grado de emocionalidad es tan fuerte en nuestra cultura, que difícilmente desaparecerá. Sin embargo, sí es posible que seamos más selectivos con las personas con quienes nos permitimos mostrar esa expresividad.

El miedo es una emoción que proviene de nuestro sistema límbico, el lugar de nuestro cerebro donde se crean las emociones más básicas, ligadas a la supervivencia de la especie desde el origen del ser humano. El miedo al contagio que estamos viviendo ahora de forma tan intensa y repentina quedará grabado en nuestro sistema emocional profundo, dejando una huella difícil de borrar. Además, el riesgo de contagio por coronavirus seguirá vigente aún cuando se levante la cuarentena, y durará tanto como tarde en descubrirse una vacuna. Durante meses y quizá años, tendremos que cambiar nuestros hábitos para minimizar ese riesgo: ante la imposibilidad de garantizar la seguridad del contacto, quizá escogemos evitarlo. Quizá surgen nuevos protocolos sociales en respuesta a esta sospecha constante ante algo tan cotidiano como un saludo: ¿Qué habrá tocado antes? ¿Se habrá lavado las manos?

La visión del otro como “arma biológica” abre la puerta a nuevos protocolos sociales “a prueba de contagio”.

Así, es posible que nos volvamos mucho más selectivos con las personas con las que mantener esa cercanía y expresividad emocional: dado que sólo podremos saber con certeza la ausencia de riesgo en nuestros círculos más íntimos, quizá reduzcamos a esos círculos expresiones emocionales como besos o abrazos. Ya no saludaremos con dos besos o un cálido apretón de manos a clientes, nuevos amigos o personas a las que llevábamos tiempo sin ver. Quizá a partir de ahora se estandarice una sencilla inclinación de cabeza como todo saludo.

Sean cuales sean los protocolos sociales que se terminen creando, hay una realidad que habrá cambiado: la visión del otro como amenaza biológica será algo que irá perdiendo intensidad, pero tardará mucho tiempo en desaparecer del todo.

Una regulación social menos flexible y más estricta.

Hasta ahora, España (como muchas otras culturas mediterráneas o latinas) se ha caracterizado por ser un país donde la regulación social era flexible y sujeta al contexto. Las normas o pautas sociales no eran estrictas, sino que se moldeaban en gran medida dependiendo de las relaciones personales y del momento concreto. Aunque como país estábamos en un proceso de “formalización” de ciertas normas sociales, ninguno de nosotros se escandalizaba si veía a alguien trasgrediendo una norma (como por ejemplo llegar tarde, ver a un peatón cruzando en rojo el paso de cebra, o dejando el coche en doble fila). La informalidad y la picaresca estaban a la orden del día.

Sin embargo, el cambio radical que ha supuesto la cuarentena y el confinamiento nos ha situado de golpe en el otro lado del espectro: tenemos una nueva norma que cumplir (no salir de casa), y por primera vez nos va la vida en ello. A los que intentan saltarse la norma, siguiendo el antiguo modelo no-escrito de regulación social y confiando en que los demás no se molestarán por ello, de repente se encuentran públicamente señalados, censurados e incluso denunciados.

Los que intentan saltarse la norma se encuentran con un duro juicio social.

La función de controlar que se cumpla la norma ha pasado de estar sólo en manos de las fuerzas del orden y fuentes de autoridad (policía y gobierno), a ser compartido por cada ciudadano. De la noche a la mañana, aquella vecina que era cómplice silenciosa de nuestras pequeñas infracciones, ha pasado a ser dedo acusador. Hay ojos detrás de cada ventana, detrás de cada balcón. De repente, percibimos a “cualquier otro” como amenaza potencial, y reivindicamos que se elimine todo riesgo posible. En 10 días de cuarentena, ha habido en España más de 102.000 denuncias por saltarse el confinamiento6, un comportamiento que estamos viendo a nivel global, pero que resulta casi irreconocible en la cultura española.

¿Qué impacto puede tener esto a futuro?

El valor social que subyace a este comportamiento es el entendimiento de cada uno de nosotros como co-responsables de mantener el orden social. No sólo es culpable el que infringe la norma, sino también el que tolera la infracción. Ante una situación tan grave como la que estamos viviendo ahora, es lógico que nadie quiera permitir ni el más mínimo desviamiento de la norma, si eso implica aumentar el riesgo.

El miedo nos lleva a querer minimizar el riesgo a toda costa. Sólo mientras dure la crisis. ¿Sólo? Muy posiblemente, ese nuevo rol de “guardianes del orden social” que hemos interiorizado de la noche a la mañana deje huella en el futuro, y no sea tan extraño ver a personas llamando la atención a otras personas (en el mejor de los casos) o aislándolas socialmente por saltarse las pautas sociales establecidas.

La distribución del poder: ciudadanos empoderados… pero vigilados.

La distribución del poder afecta a diferentes esferas. Hace referencia al orden político pero también a otro tipo de relaciones que las personas tenemos con organismos como las empresas o las instituciones educativas, entre otros.

  1. En lo político

La distribución del poder es una de las dimensiones donde más cambios puede haber, especialmente en la esfera de lo político. Y no me refiero a cambios respecto a los partidos que están en el poder actualmente, sino a nuestra propia manera de entender el significado del poder. Podemos ver cómo se desarrollan nuevos valores sobre el poder aparentemente contradictorios entre sí: por un lado, mayor control y exigencia de los ciudadanos a los gobernantes. Por otro, un abandono “ciego” de cada individuo a las medidas de control que impongan los gobiernos.

Ciudadanos empoderados…

Los tiempos de paz nos habían llevado a un estado en el que nos podíamos permitir escoger a nuestros gobernantes de forma emocional, en base a su capacidad de mover nuestras pasiones a fuerza de discursos, mítines y arengas. Ahora, nos damos cuenta de lo importantes que son la experiencia, el conocimiento técnico y la capacidad de coordinarse a nivel global para poder mantener la salud –y las vidas– de la población en primera instancia, y evitar el colapso económico que vendrá después.

¿Qué impacto puede tener esto a futuro?

En palabras de Tom Nichols, profesor del US Naval War College, “volveremos a la idea de que el gobierno es algo para gente seria (…) y esperaremos del gobierno algo más que la satisfacción emocional”7.

Exigiremos a nuestros gobernantes que sean capaces y estén preparados, demandaremos mayor presencia de expertos vs. “seres políticos” y nos preocuparemos más de conocer la preparación y trayectoria de todos los integrantes de un potencial gobierno.

Exigiremos una regulación, quizá, que eleve los requisitos necesarios para poder ser escogido como miembro de un gobierno o líder de una nación.

A la hora de votar, esta pandemia nos recordará las consecuencias de haber escogido durante años con el corazón, no con la razón, y pensando sólo en el ahora, no en el mañana.

… pero vigilados

Por otro lado, por primera vez en muchos años (algunos por primera vez en nuestra vida) nos encontramos en una situación que de verdad es de vida o muerte. Tememos por nuestras vidas, y la de nuestros seres queridos. No sabemos quien ni cuando será el siguiente, pero sabemos que nos puede tocar a todos. El miedo es un brutal consejero, y nos lleva a aceptar medidas que en ningún otro caso aceptaríamos. Entre otras, la de ofrecer nuestros datos biométricos y geolocalización al gobierno e instituciones al poder.

Voluntaria y gustosamente estaremos dispuestos a poner a disposición del gobierno nuestra ubicación y estado de salud las 24h del día.

Con el noble objetivo de monitorizar para contener la pandemia, estamos más que dispuestos a ser trackeados. Y la tecnología permite que se pueda hacer de forma relativamente fácil y rápida de implementar. Voluntaria y gustosamente estamos dispuestos a poner a disposición del gobierno nuestra ubicación las 24h del día, así como nuestro estado de salud: síntomas, temperatura corporal, etc. El objetivo inmediato, durante la crisis, es facilitar la monitorización del virus, permitir que se sepa dónde hay una persona potencialmente contagiosa para advertir a otros ciudadanos y reducir el riesgo de contagio. Pero desgraciadamente, el viaje de la monitorización a la vigilancia y posteriormente al control es muy rápido.

¿Qué impacto puede tener esto a futuro?

El concepto de privacidad y de libertad pueden verse resignificados en muy poco tiempo. Las medidas intervencionistas sobre la libertad de las personas son más fáciles de aplicar (sobretodo en contextos de emergencia) que de revocar. Y no hace falta señalar el valor y la importancia que tienen los datos y la información de los ciudadanos hoy en día. Valen muchos millones.

Si se nos enfrenta al dilema de tener que elegir entre privacidad o salud (o entre libertad o seguridad) en estos momentos seguramente escogeríamos renunciar a esa privacidad para salvaguardar nuestra vida y la de otros muchos. El problema es que no debería plantearse esa dicotomía, porque para mantener la salud no es necesario renunciar a la privacidad. No es necesario que el gobierno controle cada uno de nuestros movimientos para que, si contamos con la información necesaria, actuemos con responsabilidad y conciencia social, y nosotros mismos minimicemos el riesgo de contagio si somos potenciales portadores del virus2.

Sin embargo, las señales que empezamos a ver indican que, con bastante probabilidad, el valor de la privacidad a medio plazo va a sufrir un tremendo cambio, y como resultado, gran parte de la ciudadanía asumirá de buen grado unas medidas de control y vigilancia digital que nunca antes hubiese aceptado.

  1. En lo empresarial

Pero la distribución del poder y el nivel de confianza (bidireccional) entre instituciones y ciudadanos no afecta sólo a la esfera política. También afecta a otras instituciones que ostentan un gran poder en nuestra sociedad: las empresas.

Antes de la crisis, habíamos estado presenciando un auge en las voces que pedían mayor conciliación e implantación de medidas de teletrabajo de forma mayoritaria en las empresas. Sin embargo, en España concretamente, la implantación de esta medida estaba a la cola de la Unión Europea, con sólo un 19% de empresas que lo ofrecían a finales del año pasado, y sólo un 7% de los trabajadores que lo habían podido disfrutar “alguna vez”7.

El problema era tanto tecnológico como de confianza: en una cultura altamente presencialista y social como la nuestra, la implantación de teletrabajo generaba muchas resistencias por parte de los líderes empresariales, que no terminaban de confiar en la capacidad técnica de sus compañías ni en la honradez y responsabilidad de sus empleados cuando se encuentran fuera del control de sus superiores.

Sin embargo, las medidas decretadas por el Estado de Alarma han obligado a todos los trabajadores a permanecer en sus casas, con la excepción de algunos sectores considerados de primera necesidad. De la noche a la mañana, cientos de miles de personas han abandonado su silla en la oficina para ocupar otra desde sus casas. De repente, las empresas se ven obligadas a adoptar esta medida de emergencia, y los trabajadores tienen que asimilar en tiempo récord todas las herramientas tecnológicas (y psicológicas) que necesitan para ello. Estamos presenciando el mayor experimento laboral en masa que seguramente se ha llevado a cabo en decenas de años.

El coronavirus será, seguramente, el punto de inflexión a la implantación de medidas de conciliación.

¿Qué impacto puede tener esto a futuro?

Una vez que las empresas se han visto obligadas a probar el teletrabajo, y que los trabajadores también lo han hecho, va a ser muy difícil volver a negarles esta opción que tanto se estaba pidiendo ya antes de la pandemia. Cuando se levante el Estado de Alarma, las empresas habrán demostrado (quizá sin querer hacerlo) que sí tienen la capacidad tecnológica necesaria para ello (servidores, etc), y los empleados (quizá mejor decir muchos empleados, para no generalizar en el 100%) habrán demostrado que saben hacer uso de las herramientas disponibles para teletrabajar, y organizarse a lo largo del día para rendir y cumplir sus obligaciones laborales. Y eso estando en una situación excepcional, con muchas familias teniendo que compaginar el teletrabajo con los niños también en cuarentena.

El coronavirus será, seguramente, el punto de inflexión a la implantación de medidas de conciliación. El teletrabajo será la primera, pero ya se habrá roto el muro de la desconfianza. Las empresas ya habrán tenido que probar otra manera de ejercer el poder, distribuyéndolo también entre sus trabajadores y esperando de ellos que sean auto-responsables. Una vez que la confianza empiece a fluir de otra manera, empezarán a cambiar otras realidades relacionadas con la flexibilidad (por ejemplo, flexibilidad horaria), los objetivos en base a resultados, y el empoderamiento del empleado como responsable de su tiempo. El jefe controlador empezará a ser cosa del pasado, mientras que gradualmente emergerá una nueva dinámica laboral más colaborativa, menos jerárquica y más basada en la co-rresponsabilidad.

Esto mismo quizá lo vemos también en el ámbito educativo. En España la opción de educar en casa a los hijos es ilegal, y en algunos casos puede conllevar incluso la retirada de la guardia y custodia. Sin embargo, tras el experimento forzoso y masivo del home-schooling debido al cierre de escuelas durante semanas, quizá más de un progenitor empieza a ver virtudes en este sistema y empiezan a haber voces que reclamen un cambio. Quizá el Estado empieza a confiar más en los padres para llevar a cabo esta opción cuando así lo prefieran. Quizá, a medio plazo, se plantea la opción de legalizar el home-schooling y permitir que los padres puedan educar a sus hijos fuera del sistema escolar.

Cohesión social: vuelta al origen. El colectivismo como bandera.

Si bien durante los últimos años España había estado evolucionando de una cultura altamente colectiva hacia cierto individualismo (todavía lejos de las culturas anglosajonas, pero acercándose paulatinamente), esta pandemia ha causado el mismo efecto que una goma elástica al ser estirada y soltada de golpe: habíamos estado dando pasitos hacia un individualismo más acusado, pero de un día para otro hemos vuelto a ser la cultura altamente colectiva que éramos.

Las redes de contención social como la familia cobran más importancia que nunca en esta situación de reclusión doméstica, así como las redes de amigos, compañeros y colegas con los que no estamos físicamente pero sí más conectados emocionalmente que nunca.

Los vínculos y el respaldo de los seres queridos se han convertido en el gran pilar que nos mantiene emocional y mentalmente a flote. Por supuesto, habrá roces, disputas e incluso rupturas, debido a la tensión que se generará al convivir tanto tiempo en espacios cerrados. Pero la gran mayoría estamos re-creando antiguos vínculos, y siendo más conscientes que nunca de su valor en estos momentos duros.

Asimismo, estamos empezando a temer un serio colapso de la economía, especialmente si los gobiernos no ponen las medidas necesarias para garantizar el ingreso de los millones de trabajadores que pueden perder su empleo durante esta crisis.

¿Qué impacto puede tener esto a futuro?

Cuando la amenaza pase y la cuarentena termine, nuestros vínculos familiares y sociales habrán salido reforzados, y nacerá un nuevo agradecimiento que tardaremos en borrar de nuestras mentes y nuestros corazones.

También surgirán nuevas redes que antes no existían: redes vecinales y comunidades de apoyo serán la cuna de una nueva solidaridad social antes inexistente. Seremos más conscientes de que nuestros destinos están todos conectados8. Donde antes era predominante un “sálvese quien pueda” y un caminar por la vida sin preocuparse más que de lo propio, empezarán a emerger nuevas formas de solidaridad social donde las personas cuidaremos unas de otras más de lo que lo hacíamos antes de la pandemia.

Seremos más conscientes de nuestra responsabilidad individual en el bien colectivo: al sentirnos parte de un mismo equipo (todos somos seres humanos), juzgaremos menos y ayudaremos más, implicándonos de forma más activa en aportar nuestro granito de arena al bienestar de otros.

Por otro lado y aunque parezca una paradoja con lo anterior, la vuelta a la mentalidad colectivista alimentará esa mayor exigencia a los gobiernos de ser red de contención en momentos de crisis que veíamos anteriormente. Exigiremos que se revisen y mejoren las estructuras socioeconómicas de soporte a cargo de responsables públicos. No nos conformaremos con que se deje el bienestar o incluso la supervivencia de muchos en los hombros de sus familias y amigos, sino que demandaremos del gobierno que actúen como responsables del estado del bienestar y sean capaces de mantener el barco a flote.

El tiempo. Actitud hacia el cambio: mayor previsión ante al futuro

Las culturas mediterráneas y latinas se caracterizan, precisamente por su carácter colectivo, por una menor necesidad percibida de imaginar un largo plazo (puedes leer más sobre la percepción cultural del tiempo en este artículo del blog). Dado que, ante situaciones no esperadas, hay una red colectiva de contingencia (sean los vínculos personales como las familias, o las estructuras públicas como el Estado), solemos vivir con mayor confianza o despreocupación hacia el futuro. Los planes a largo plazo no suelen tener mucha cabida a nivel personal, empresarial o gubernamental.

Sin embargo, grandes crisis como esta son capaces de mover los cimientos de esa realidad. Hay una creciente sensación ciudadana de que los gobiernos actuaron con una tremenda falta de previsión, tanto a nivel global (se sabe que había estudios que advertían de la poca preparación de los sistemas sanitarios mundiales ante una posible pandemia global9, a los que nadie hizo caso) como a nivel nacional (se critica al gobierno español la ausencia de medidas críticas mucho antes, cuando la situación en otros países cercanos como Italia permitía predecir –y prevenir– lo que sucedería aquí).

Estamos dándonos cuenta del riesgo que supone no prevenir.

Los ciudadanos están –estamos– dándonos cuenta de lo importante que es pensar a largo plazo, prepararse ante posibles eventos futuros que pueden suceder o no, pero en los que la previsión puede significar la diferencia entre la vida o la muerte. Y más importante aún para cambiar los valores: estamos dándonos cuenta del riesgo que supone no hacerlo.

¿Qué impacto puede tener esto a futuro?

Es muy posible que este descontento generalizado, esta decepción al ver la falta de previsión con la que los gobiernos han puesto en juego nuestra salud –y nuestras vidas–, se transforme en una mayor reivindicación de medidas anticipatorias. Que ya no aceptemos políticas pensadas sólo para salir de una situación puntual, sino que tengamos en cuenta las consecuencias a largo plazo que cada medida traerá, antes de aceptarla o no. Es posible que surjan nuevas voces críticas, lobbies de presión o movimientos colectivos que reclamen constantemente esa visión de futuro, ese pensamiento a largo plazo, ayudando a concienciar a la sociedad con el gran argumento que esta crisis deja patente.

Resumiendo: enumeración de nuevos valores y nuevas realidades sociales que (quizá) veremos después de la crisis del coronavirus.

Fuente: Elaboración propia

Nuevo valor: Todos somos uno, formamos parte de la misma especie.
Comportamientos resultantes:

  • Menor polarización
  • Más empatía
  • Nuevas redes de solidaridad

Nuevo valor: El colectivo hay que cuidarlo.
Comportamientos resultantes:

  • Mayor exigencia política
  • Mayor responsabilidad individual en el bien común
  • Reivindicación de una mejor preparación ante el futuro

Nuevo valor: La seguridad (supervivencia) es más importante que nada. Desconfianza en las personas.
Comportamientos resultantes:

  • Pérdida de la privacidad
  • Individuos guardianes del orden social (acusaciones entre vecinos)
  • Distancia social fuera de entornos íntimos.

Nuevo valor: Empoderamiento del individuo (mayor poder individual frente al poder de las instituciones)
Comportamientos resultantes:

  • Teletrabajo y otras medidas de flexibilidad laboral.
  • Homeschooling

En definitiva, la epidemia de coronavirus provocará cambios profundos en los valores sociales que ahora subyacen a nuestra manera de estar en el mundo. Aparecerán valores nuevos, y otros ya existentes cobrarán una importancia o un significado diferente del que tenían hasta ahora. A su vez, estos nuevos valores traerán consigo un maremoto de pequeños –y grandes– cambios de comportamiento, que impactarán no sólo en la esfera política, en la economía y en nuestro estilo de vida, sino hasta en la manera en la que nos entendemos a nosotros mismos, y cómo entendemos el mundo que nos rodea.

Cuando todo vuelva a la normalidad, ya no será la misma normalidad. Sera una “nueva normalidad”. El mundo post-coronavirus.

Fuentes:

  1. Zygmund Bauman. Modernidad Líquida (2000).
  2. Yuval Harari. “The world after coronavirus”. 20 marzo, 2020. Financial Times (Life&Arts).
  3. Gideon Lichfield. “We’re not going back to normal”. 17 marzo, 2020. MIT Technology review.
  4. Diario Cinco Días, Entrevista a Mario Alonso Puig. 23 marzo 2020.
  5. Tim Leberecht. “Four Paradoxes of the Coronavirus”. 22 marzo, 2020. Psychology Today.
  6. Diario El País, 24 marzo, 2020.
  7. Diario El Confidencial. 19 noviembre, 2019.
  8. “Coronavirus Will Change the World Permanently. Here’s How”. 19 marzo, 2020. Politico Magazine.
  9. S. Brannen y K. Hicks, “We Predicted a Coronavirus Pandemic. Here’s What Policymakers Could Have Seen Coming”. 7 marzo 2020. Politico Magazine.
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